Materia Sensible #9

ENTREVISTA
Abril 2015
  • Avance
Armando Sartorotti
Entrevista por Agustín Paullier

Sin retoques
Armando Sartorotti es fotógrafo desde hace 32 años, se puede decir con tranquilidad que su labor como editor de fotografía en el diario El Observador marcó un hito en la prensa uruguaya. Supo tener un delivery de sushi y fue a Haití y al Congo con los cascos azules. La segunda vez que visitó la R.D. del Congo recabó información y presentó una denuncia internacional contra un “señor de la guerra”. Es visceral: putea, se emociona y sigue su camino. Hay pocos fotógrafos en nuestro país que no hayan pasado por su escrutinio. Le sobran vitalidad y entusiasmo, es verborrágico, opina con aplomo y argumentos. No se calla nada. Piensa que en la fotografía uruguaya hay poca discusión, mucho amiguismo y falta sentido común. Hace poco escribió un pretencioso e irreverente “decálogo” de la fotografía. Tiene mucho para decir.

La revolución
Los fotógrafos estamos totalmente desnudos. Vos fijate, 55 años atrás, el señor fotógrafo era el Señor fotógrafo ¿Qué era lo que diferenciaba a este señor fotógrafo del resto de los humanos? Que el señor fotógrafo primero manejaba la técnica, ese intríngulis del diafragma, la velocidad, la placa o el tipo de rollo que usaba, el tipo de flash que ponía para iluminar… Y después todo el misterio del laboratorio. Era magia. De todos esos fotógrafos, uno de cada diez tenía un ojo particular, una visión estética, un sentido de la composición; todos los demás eran artesanos, eran técnicos, en la toma y en el laboratorio. Pero eso era lo que precisamente los diferenciaba del resto de los humanos: el manejo de la técnica. ¿Qué sucede hoy? No hay manejo de la técnica que nos distancie. ¿Qué es lo que nos queda? Nos queda nuestro ojo, nada más. ¿Qué es lo que diferencia mis fotos de las de otros que están sacando? Como dice Jimmy Fox, un exeditor de Magnum, cuando le preguntan sobre la fotografía digital y sobre lo que está pasando hoy, el tipo habla de “diarrea de imágenes”. Porque sucede eso. ¿Cuál es el gran esfuerzo que todos nosotros tenemos que hacer? Tratar de que nuestras fotos estén hechas con un sentido estético, con un sentido compositivo, con una carga que nos diferencie del turista que está ahora en la plaza Independencia sacando fotos con la misma herramienta o con una mejor, incluso. Es poder destacar dentro de todo ese fárrago de imágenes. Cuando todo esto empezó y yo me empecé a interesar por lo digital, me dije a mí mismo: “yo no voy a ser el cadáver de esta revolución”. Todas las revoluciones dejan cadáveres por el camino. Tengo grandes amigos –fotógrafos increíbles–, con un ojo increíble, que se decidieron muy alegremente a ser los cadáveres de esta revolución; que te dicen que como la fotografía química no hay, que esto de lo digital es una vacuidad, una cosa absolutamente fatua –lo cual me parece un disparate gigantesco–. La fotografía es la fotografía, así yo la haga con una estenopeica, mayor calidad menor calidad, mayor complicación en la herramienta o menor. Yo lo que busco son resultados, yo no soy un artista circense haciendo piruetas arriba de una cuerda. No estoy dispuesto a gastar $200 para tener una buena copia, me parece una inmoralidad por obtener una fotografía, cuando yo puedo obtenerla por la décima parte de eso, impresa. Además de tener una muy buena foto para mandar inmediatamente a un diario en Bangladesh diez minutos después de que la saqué acá. Entonces cómo yo voy a negar eso, esa herramienta y esa posibilidad. Como profesional no hay nada que me dé lo que la era digital me está dando hoy.

La chacrita
Hay mucho curador en la vuelta, formado en Humanidades, que piensa que sabe de fotografía porque leyó mucho libro de fotografía. Lo que me termina pasando con, por ejemplo, dos exposiciones concretas del Centro de Fotografía, que tenían unas presentaciones con un manejo sintáctico de una calidad ortográfica y estética que era impresionante. Y cuando entrabas a la exposición, la exposición era una mierda. Entonces, los tipos me vendían un envase con una etiqueta increíble y después, cuando veía la exposición, estaba vacía, porque lo que estaba colgado no merece ser llamado fotografía profesional. Era fotografía de aficionados con muy buenos amigos, con muy buenos amigos curadores, con muy buenos amigos dentro de las estructuras que manejan y deciden qué se cuelga y qué no. A veces con un nombre construido merced a otras producciones fotográficas que sí merecen ser consideradas buena fotografía. Estas son las cosas que hacen que la fotografía uruguaya lamentablemente no tenga una identidad, como tienen la fotografía argentina, la brasilera o la chilena. El evitar las discusiones es de pueblito. Este país se hizo grande cuando tuvo grandes discutidores. Cuando Maneco Flores Mora escribía en Acción una columna y del diario El Día le contestaba Maggi puteándolo y argumentando por qué era un hijo de puta o por qué era un imbécil, y usaban esas palabras junto con los argumentos. Y del otro lado les contestaba Quijano en Marcha, también con argumentos y diciéndoles que los dos estaban equivocados. Entonces vos leías esas tres cosas y te terminabas iluminando, desde afuera. O como cuando se armaban esas mesas de grandes discutidores en el café Sorocabana y se formaba un cordón externo de aquellos que se sentaban con su café en otra mesa y en realidad estaban escuchando lo que estaban discutiendo aquellos viejos. Esa fue una época de crecimiento intelectual en el Uruguay, pero ahora parece que, al menos en la fotografía, nadie discute nada. Resulta que un jurado va a elegir un libro de fotografía para publicar, con dinero público, y resulta que para discutir sobre fotografía ponen a tres personas de las cuales solo uno es fotógrafo, el otro es un diseñador y el otro un curador. El fotógrafo no tiene más peso que los otros miembros del jurado, y entonces terminan declarando desierta la categoría libro uruguayo y devolviéndole la plata a la Intendencia para que la gaste en enchufes nuevos para los semáforos, cuando era un dinero destinado a publicar un libro nacional. Y no hay nadie dentro de esa estructura que sea capaz de decir: “no, saben qué, vamos a labrar un acta y yo desde mi lugar como director o como lo que sea voy a publicar un libro y lo voy a decidir yo”. Sentido común, sentido común. Eso es lo que puede empezar a consolidar una fotografía nacional legítima. Ahora lo que hay son grandes fotógrafos dispersos, cada uno haciendo su trabajo y ninguno opinando sobre el trabajo del otro, porque “está mal opinar sobre el trabajo del otro”. ¡No! Sabés qué, lo que está mal es no opinar, lo que está mal es que haya gente con autoridad para decir: “muchachos: esto que está colgado acá es una bosta” y no lo diga. Eso es de chacrita, de pueblo. Hay que escribirlo: “¡esto es una bosta!”. Porque es banal, es fatuo, es pequeño, porque no se compara con la obra de este otro fotógrafo, porque ni siquiera merecería estar colgado, ni merecería que el Centro de Fotografía se hubiera gastado tres mil dólares en colgar esa muestra. Alguien tiene que empezar a decir eso. Yo, por lo pronto, como verás, no soy un tipo que me calle la boca. Creo que falta discusión, falta discusión que consolide nuestra fotografía y sea respetada afuera. Nos estamos concentrando demasiado por quedar bien y tener intercambios con países como Brasil o México, y terminamos publicándoles libros a fotógrafos brasileños o mexicanos, cuando en estos países el Estado gasta millones de dólares en la fotografía. Gracias a eso es que se ha consolidado la fotografía mexicana y brasilera. Pero resulta que nosotros no, en vez de invertir, declaramos desierto un concurso nacional. ¡Es inmoral! Lo que estamos haciendo es inmoral.

El cambio
Lo que llevé a El Observador fue el mismo proyecto que había armado para La República, pero ahí pasaba desapercibido. En un diario nuevo era interesante arrancar un proyecto de cero. La idea era en ese momento crear una fotografía de prensa que anecdotizara a los personajes sin ridiculizarlos. Yo no soy nadie para ridiculizar a un personaje, no importa si es de lo que yo voto o no voto, yo soy periodista y por lo tanto para mí yo tengo que intentar marcar una tabla rasa con todos los personajes que tengo delante y tratarlos fotográficamente del mismo modo a todos. Cosa que a veces en la prensa nacional no se ve. Nosotros, los fotógrafos, no somos importantes. Es importante lo que decimos, no quiénes somos. Lo que realmente importa es cómo funcionamos como medio. Pensemos que en ese momento los diarios no firmaban las fotos. El criterio que yo empecé a aplicar no era solo por el mérito –que en parte sí lo era–, también fue por la responsabilidad. Si yo firmo una foto, me tengo que hacer responsable de lo que me van a publicar. Entonces, como fotógrafo voy a prestar más atención a lo que estoy haciendo, voy a tener un pulso diferente que si voy junto con la barra del anonimato general, como pasaba en El Día, La Mañana o El País hasta ese momento. Es el sentido de la propiedad intelectual. Hace 23 años yo apliqué un criterio que los dueños del diario me respetaron y lo siguen haciendo hasta hoy: el diario tiene derecho a usar todos sus productos ad mortem, hasta el resto de los días del diario, incluidas todas las fotografías que hayan sido utilizadas por El Observador, pero la propiedad intelectual sobre esa imagen es del fotógrafo. En los demás diarios no pasa eso.

El autor
Creo que en la fotografía documental tenés dos formas de hacer un trabajo. Una es ponerte absolutamente por fuera, como vemos a decenas de trabajos de fotógrafos que van a la guerra y están totalmente por fuera. Este tipo de documentalismo externo parte de la soberbia de querer ser Pulitzer. O podés contar las historias desde dentro. Yo no puedo modificar la historia del hogar Tulizeni (Goma, República Democrática del Congo), donde reciben a madres solteras víctimas de violencia sexual y a huérfanos; sería absolutamente soberbio pensar que yo puedo modificar o mejorar en algo la vida de esa gente. Ahora, yo tengo que contar la historia desde lo más adentro posible. Voy veinte días y convivo veinte días con ellos, y ellos me cuentan sus historias, y yo me paso un día entero con la cámara sin sacarla del bolso, escuchando historias. Y tengo que estar con los gurises huérfanos y jugar con ellos y pasarme cuarenta minutos llorando. La concepción de autor es fundamental en cuanto al nivel que le da a sus trabajos y en cómo piensa sus trabajos de mediano y largo plazo, no tanto el corte transversal que se hace sobre la realidad, sino un corte más longitudinal. Importan los proyectos de largo aliento, eso sí significa una autoría. Es muy difícil que nosotros podamos construir una autoría desde las fotografías individuales. La autoría nosotros la construimos desde la forma en cómo contamos historias. En mi libro Más allá del deber, el veinte por ciento es texto, de investigaciones, historias que corroboré, contrapuse, para tratar de acercarme lo más posible a la verdad verdadera. Hoy mi libro es el único libro de un uruguayo que se vende en el bookshop de Naciones Unidas. Tuve el privilegio de estar expuesto durante veinte días en el hall del edificio central de Naciones Unidas. Son espacios que se conquistan como autor.

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